Su nombre proviene de la palabra árabe qaysar y era el lugar donde se vendía la seda. Había alcaicerías en muchos pueblos musulmanes, y se encontraban habitualmente en los lugares más céntricos de las poblaciones, disponiendo todas ellas de fondaks para el alojamiento de los mercaderes y de las mercancías. Las alcaicerías eran las fortificaciones defensivas de los comerciantes y cerraban sus puertas durante las noches, a la vez que eran protegidas por una guardia de celadores que vigilaban sus estrechas calles, donde las tiendas se agrupaban por oficios.
La Alcaicería de Granada era una de las más célebres de su época, no por la actividad comercial, sino por el valor de los tejidos que se comercializaban, vendiéndose en sus bazares las más hermosas telas, sedas y terciopelos de toda la Península.
El lugar se comunicaba a través de un puente con el fondak del Carbón, extendiendo su cabida desde la plaza Bibarrambla hasta la calle del Tinte; y, en otro sentido, desde la Mezquita mayor (actual Sagrario) al Zacatín y ribera del Darro. Contaba La Alcaicería, en aquella, época con más de doscientas tiendas, múltiples calles y diez puertas, protegidas con cadenas de hierro que impedían el paso de las cabalgaduras no autorizadas.
Las tiendas que componían el conjunto eran de dimensiones muy reducidas, disponiendo exclusivamente de una puerta que abría hacia la calle, formando un techo sostenido con unas tornapuntas de hierro. Aquellos establecimientos se separaban uno de los otros por citaras de ladrillo, teniendo por pilastra medianera un cuartón de pino.
Hasta el siglo XVII, los comerciantes de La Alcaicería de Granada se dedicaron en exclusividad al negocio de las sedas, pero desde entonces comenzaron a abrirse diferentes oficios, que se fueron agrupando por calles a las que dieron el nombre de la actividad pertinente: Sederos, Tinte...
La Alcaicería estaba exenta de jurisdicción, teniendo importantes privilegios que dependían del Real Patrimonio y era la Corona la que nombraba un alcaide. Al toque de oración se cerraban todos los establecimientos, momento que la guardia empleaba para realizar su ronda acompañada de perros de presa.
La noche del 19 al 20 de julio de 1843, un incendio en una industria de fósforos asoló todo el recinto, destruyéndolo en poco tiempo. Circunstancia que se aprovechó para remodelarlo, adoptándose la estructura actual, en nada parecida a la anterior. Muchas calles desaparecieron y otras rectificaron su trazado, con lo que el bazar perdió importancia e idiosincrasia.
El edificio de la Aduana permaneció hasta finales del siglo XIX, cuando se descubrieron, tras una reforma, unos techos de viguetas de madera, un arco árabe con ornamentación del siglo XIV, rodeado de inscripciones cúficas religiosas y los restos de una obra correspondiente al siglo XVI.
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